La integración sensorial es un proceso continuo en el que cada nivel hace posible el siguiente. El producto final del proceso es la organización de las sensaciones en experiencias concretas para su uso en la producción de respuestas adaptativas. Estas respuestas adaptativas, estarán plenamente moduladas a los estímulos sensoriales que el niño recibe y tendrán un propósito. Una respuesta adaptativa que proporciona éxito al niño, produce una “huella de satisfacción” que va fijando la experiencia y el modo de enfrentarse a ella e impulsa al niño a la creatividad y al desarrollo.

Nivel primario de integración

El tocar y ser tocado es realmente relevante para el niño puesto que inicia los primeros procesos de desarrollo emocional surgiendo el llamado vínculo madre-hijo (o aquel que sea su cuidador principal). Este vínculo aporta al niño los primeros sentimientos sobre sí mismo y los límites de su cuerpo, siendo la primera fuente de seguridad.

Las sensaciones táctiles son fuente de confort y seguridad, pero no son la única; la relación con la fuerza de la gravedad es básica. La información del oído interno (sistema vestibular) y de los músculos y articulaciones (información propioceptiva) debe integrarse correctamente para distinguir la posición del propio cuerpo, el lugar que se ocupa en el espacio y cómo moverse por él de modo que se vayan sentando las bases que permitirán al niño desde gatear, hasta estabilizar la mirada para lograr seguir una lectura.

 

Segundo nivel de integración sensorial

Los sistemas anteriores, tras generar la seguridad necesaria en el niño para desafiar al entorno, van ayudando a que genere sus “mapas corporales” con los que emprenderá acciones con propósito cada vez más complejas. Con cada nueva tarea desconocida, el niño elabora una planificación motriz para superarla; para ello emplea los innumerables datos recopilados con cada experiencia sensorial organizada que va acumulando. Sin esta habilidad, usar un juguete puede convertirse en un imposible en el que los juguetes se rompen, los estímulos se entrecruzan y el niño no halla satisfacción en su juego.

Tercer nivel de integración sensorial

El habla y el manejo de las percepciones visuales son productos finales de la superación de los anteriores niveles de integración, donde se requiere el uso de los mapas grabados tras las incontables experiencias sensoriales para dominar musculatura de movimientos muy exactos. Articular una palabra supone un gran manejo de la posición de la lengua y los labios; reconocer un objeto y discriminarlo de su fondo o adivinar su posición, requiere de miles de ensayos con el objeto al que se le habrá sostenido, dado la vuelta o golpeado. Sin esta habilidad, subir escaleras o verter leche en una taza puede superar al niño.

En este nivel las acciones de un niño ganan en intencionalidad y el niño trabaja duro para hacer el seguimiento de algo que comienza, continúa y termina.

Cuarto nivel de integración

El cerebro está diseñado para funcionar como un todo. Junto a los procesos integradores que ordenan y clasifican la información, surge la especialización de las diferentes partes del cerebro por la que unas áreas procesarán con mayor eficiencia ciertos tipos de datos. La especialización más obvia es la del uso preferente de la mano derecha para tareas de motricidad fina (y de la mano izquierda en las personas zurdas) Esta especialización evita que ambas manos realizan tareas similares y así, una dirija la tarea, lo que se traducirá en eficiencia de ejecución y una nueva “huella de satisfacción”.

Los cuatro niveles de integración sensorial deben estar bien desarrollados una vez el niño entre en la escuela primaria pues es el momento donde deberá manejar la presencia de más personas y más objetos y generar las respuestas adaptativas que un entorno muy complejo le exige.

Cristina Pichel Martínez

Terapeuta Ocupacional colegiada nº158

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