Uno de los trabajos que realizamos en el Centro de Fisioterapia y Osteopatía Eguzki es la asistencia a domicilio. Dentro de esta labor suelo acudir semanalmente a una residencia de la tercera edad. Allí conviven un buen número de personas entre residentes y personal del centro. Y conviven estrechamente además. De modo que a veces el roce hace el cariño y otras veces no tanto.

Una de las situaciones que se suele dar es que hay ciertas personas que tienen comportamientos que, a ojos de la mayoría, se salen de la media: llaman constantemente a las cuidadoras entre sollozos y lamentos que no cesan, piden lo mismo una y otra vez, se encuentran desorientados dentro del mismo centro…

A veces estos comportamientos son tan insistentes y continuados que llegan a superar el límite de la paciencia de compañeros y profesionales y estos les piden “que paren de una vez” o “que se callen”. Pienso que un poco más de comprensión de la situación haría situarnos de otra manera ante estas personas.

Nuestro organismo está formado por diferentes niveles de control que trabajan de forma coordinada cuando funcionan bien. En este sistema el centro de control más básico y rudimentario está dominado por el influjo del inmediatamente superior en el escalafón. Así hasta llegar al control de nivel superior y más complejo.

Pero, ¿qué pasa cuando nuestra salud se deteriora bien progresivamente (demencia, Alzheimer) o bien de forma repentina (ictus)?

En ese caso los centros de control afectados dejan de ejercer su labor correctamente de manera que los centros inferiores se ven liberados para actuar a su manera (aparecen movimientos que llaman la atención por su rigidez, incoordinación, desequilibrio etc.). Dentro de esta situación también se pierden capacidades perceptivas y de elaboración del reconocimiento de la situación, así como la inhibición del comportamiento.

Es así como pueden aparecer la labilidad emocional (pasar de la risa al llanto), palabras malsonantes repetidas, lamentos, comentarios de contenido sexual etc.

Quizás entendiendo estos procesos podamos comprender que esas personas se comportan de un modo inevitable para ellas, que no lo hacen porque quieren y que reprendiéndoles no vamos a conseguir demasiado en muchos casos. Pienso que cuando conocemos lo que está pasando es más sencillo que quepa una gota más en nuestro vaso de la paciencia antes de que este se colme.

Eleder Gaztelurrutia

Fisioterapeuta colegiado nº79

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